¿Sueñan las clases medias aspiracionales con estados de bienestar televisados?: Espectacularizacion y espectación en la video política residual del S. XXI


1994. La película "Quiz show" remata una escena haciéndole decir a uno de sus interpretes lo feliz que estaba de abandonar la televisión para dar clases en una universidad nuevamente, su interlocutor, un respetable presentador norteamericano de programa matutino circa 1956, en emisión nacional y recorriendo con su mano el set televisivo responde algo así como... "¿Y porque no hacerlo aquí, en el aula mas grande de todos los tiempos?".

Mas allá del guiño irónico sin el diario del lunes y, por las dudas, con este debidamente controlado en su linea editorial por alguna de las grandes corporaciones que dominan el planeta, como en toda buena frontera fantástica, lo cortes no quita lo valiente y toda utopía tiene el germen de su propia distopia en su sola mención.

Suele creerse que la política surgió en el pensamiento clásico como un compendio articulado de practicas que actúan sobre la realidad para llevar adelante lo que nace en el campo de las ideas, la forma de propagar esta actividad fue histórica y directamente proporcional al misterio necesario para preservarla de su tarea ampliada: el ordenamiento laico de los hechos humanos.

Arbitrariedades al margen, el ordenamiento discursivo que trajo la televisión desde mediados del S. XX hacia aquí como método doctrinario unidireccional, afianzo en su engañosa dinámica los cimientos de una sobreadaptacion cultural que el neoliberalismo de mediados de los 80 necesitaba para encarar su siguiente fase como sistema de dominación que la no esencialidad de las democracias occidentales ya presentaban descaradamente desde el debate Nixon-Kennedy: la ficción política como utopía del sentido común.

No es de extrañar en los albores del fin de ciclo comunicacional que implican los servicios on demand y su lógica de supermercado del tiempo, que hace tiempo también es dinero, ciertas groserías que la corrección política permite en su posibilismo científicamente calculado queden incrustadas cual insectos de carretera en la acelerada pantalla del mundo.

Ya sea el zoom en primerísimo plano de las maneras de la democracia norteamericana en The West Wing (NBC, Warner Bros, 1999) o su negativo peorista House of Cards (BBC, 1990 - Netflix, 2013) indistintamente en su original o remake yanqui, toda aplicación directa del poder no deja de ser una costumbre indisimulable del palacio, sea cual fuera su conformación, los que hacen lo  que debe hacerse nunca dejan de ser los mismos o se parecen demasiado entre ellos al menos.

Caprichosamente y no tanto, la evolución narrativa de las series televisivas y las referencias en estas al funcionamiento de los estados-nación replican casi a pie puntillas la estructura de la literatura utópica, la velada critica a las instituciones establecidas anidan cómodamente en un sentido común presupuesto que sin que se le mueva un pelo, propone desde allí el cambio estético o de formas que nada alteran el funcionamiento en si del sistema.

La alternativa a este modelo televisivo, sin salir del propio medio claro, podría hallarse en la forma de poder político decorativo que promueve la serie dinamarquesa Borgen (DRI, 2010). En este universo monárquico parlamentario, el conflicto de intereses se da en la jibarizacion de un gobierno que nace de una puja representativa entre nominales laboristas y obvios liberales en las que tercian los necesarios moderados, estelarizados en la voz una primer ministro mujer. Estos últimos llegan al ejecutivo negociando su porcentaje electoral mínimo sin poder manejar ningún real resorte del poder (economía, justicia, defensa) y que ven naufragar desde un sentido común discursivo cada evidente intento de expandir las fronteras de un estado de bienestar que empieza y termina en que todo siga siendo tan cómodo e intrascendente como hasta hace segundos. Es así que la lógica de lo políticamente correcto modela esta ilusión dentro de otra ilusión con la mano firme pero delicada que el buen gusto asigna a un país con tan bellos paisaje como mobiliario de interiores.

Por ultimo, las utopías de la eficiencia siempre necesitan esa mascara moral en que lo menos como posible se habilita; así que, mientras ocurren, cerremos los ojos y roguemos que elegir nuestra propia aventura deje de ser un libro de las infancias que hoy prosperan en y fuera de linea, por dos años al menos.

(Facundo G. Aguirre, Nuñez, 5/2/2021)


The West Wing (NBC/Warner Bros, 1999)


Borgen (DRI, 2010)


House of Cards (Netflix, 2013)










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